La mejor prevención en
educación es la intervención temprana. Muchos padres se quejan de que los niños
no vienen con un manual bajo el brazo, pero si siguen estas reglas básicas,
seguramente le allanarán el camino que supone educar.
Primero.
Volumen y tono conversacionales. Conseguir que le hagan caso no es cuestión de
hablar alto. El poder está más en lo que se dice, en las consecuencias que
conllevará no hacerlo a la primera, en la coherencia y en ser muy disciplinado
con las rutinas. Si quiere que sus hijos le respeten, empiece por respetarles a
ellos. Nadie quiere obedecer a alguien que no se muestra seguro y relajado.
Segundo.
No dé
órdenes contradictorias. Si le dice a su hijo que se duche, que recoja su
cuarto y que se siente a la mesa, sin indicarle el orden, igual lo bloquea.
Dígale lo primero que tiene que hacer, y cuando haya finalizado, lo segundo. Si
su hijo tiene edad para memorizar varias órdenes, enuméreselas, dígale cuál es
su prioridad. No espere que él la sepa, porque tiene las sus propias.
Tercero.
Imaginación. Haga un concurso por semana para que jueguen “a hacer lo que
deben”; puede ser sobre cualquier comportamiento a corregir. Los domingos lo
puede anunciar: “A partir de mañana, se celebra el fantástico concurso de
‘Quién tiene la dentadura de caballo más limpia’. Las bases son estas:
limpiarse los dientes tres veces al día y pasar revista. Las puntuaciones de
papá y mías se sumarán, y el viernes anunciaremos ganador”. Si quiere que los
niños se lo tomen en serio, haga lo mismo. Y tenga paciencia, hasta que se
convierta en rutina necesita tiempo. El juego genera un ambiente relajado en el
que apetece más aprender y obedecer.
Cuarto.
No
quiera modificar en su hijo todo lo que le molesta de una vez. Si se pasa el
día diciéndole lo que hace mal, terminará por cargarse su autoestima. Elija una
conducta a modificar y céntrese en ella siguiendo las pautas de este artículo.
Cuando lo consiga, siga con otra.
Quinto.
Cuando corrija o muestre su enfado con ellos, no los ningunee, ni ridiculice,
ni haga juicios de valor. Si lo hace, terminarán por comportarse conforme a las
expectativas que se han puesto en ellos y les afectará a la autoestima. Es
mejor decir: “No me gusta ver tu cuarto desordenado; por favor, guarda los
juguetes en las cajas”, a decirles: “Eres un guarro, qué asco de dormitorio”.
No consiga que se cumpla la profecía autocumplida. Si les transmite que no
confía en ellos y que no espera nada, puede que se cumpla.
Sexto.
Sea
constante. Aquello muy importante, basta con que lo argumente una vez, no
busque más razonamientos porque su hijo no los necesita. Simplemente busca
ganar tiempo para no hacer lo que debe. Dígale: “Esto no es negociable; cuanto
antes empieces, antes podrás disfrutar de lo que más te gusta”. Negocie lo que
sea negociable y no siente precedente con lo que no lo es.
Séptimo.
Paciencia y calma. Las personas que transmiten con paciencia son más creíbles y
generan un ambiente cálido y relajado. Cuando introduce cambios en la manera de
educar, al principio los niños reaccionan con incertidumbre: “¿Qué significa
que mi madre/padre ahora están calmados y no me gritan?”. Deles tiempo,
necesitan acostumbrarse a esta nueva forma de comunicarse.
Octavo.
No se
contradiga con su pareja. Los niños tienen que saber que la filosofía y la
escala de valores parten de los dos. Si no, estarán chantajeando a uno y a
otro, fomentando el engaño para conseguir lo que quieren. Terminará por tener
muchas discusiones con su pareja por eso. No se descalifiquen, ni ridiculicen,
ni contradigan delante de ellos. Todo aquello en lo que no estén de acuerdo,
háblenlo en la intimidad y negocien.
Noveno.
Nunca
levante los castigos. Es preferible aplazarlo, pero que sea efectivo y lo
cumpla, que imponer uno muy duro fruto de la ira y que luego deshará
convirtiéndose en alguien a quien se puede chantajear. Dígale: “Esto merece un
castigo, ya te diré qué va a pasar”.
Décimo.
Mejor
que el castigo, el refuerzo. Significa prestar atención a lo que hace bien,
cualquier cambio, y decírselo. Si continuamente centra la atención en lo que
hace mal y le corrige y se enfada, su hijo aprenderá que esta es la manera de
llamar su atención. Todo lo que se refuerza, se repite. Al niño le gusta que
sus padres estén orgullosos de él, pero tiene que decirle de qué se siente
usted orgulloso, porque él no lo va a adivinar.
Recuerde lo más fundamental: hasta la adolescencia, no hay figuras más
importantes que los padres. Si trata de educar en una dirección, pero se
comporta en otra, será inútil. Los hijos copian, son esponjas. Educar con
acciones tiene mucho más impacto que con palabras.
Patricia Ramírez – EL PAIS SEMANAL 24-3-2013